Todos tenemos ciclos. Que alguien hable de que su obra es el reflejo de una etapa en el proyecta cosas no es un asunto novedoso, pero pasé por un punto en el que me dediqué a pensar neciamente en las ideas diversas que tengo sobre mi persona, este individuo desconocido con el cual me costo trabajo convivir, un ser complejo, compuesto por inumerable cantidad de cosas, patrones, actitudes, estados de ánimo, etc. una especie de otredad que por costumbre llame soledad, al igual que muchos otros. Esta, mi compañía, pasajera o permanente, es en la cual encontré un apego, haciendo de la memoria un referendum percistente así como las diversas evidencias del tiempo y las otredades que existen en mi, incluso aquellas que en un momento me habitaron.
En esta necedad, es en la cual encontré una fuerza que desembocó en el acto de pintar y cuestionar el mismo. Bajo este estado de búsqueda decidí darme la tarea de encontrar una evidencia que me aclarara mi camino sobre la pintura y me dí cuenta que comencé una relación con ella, me daba respuestas a preguntas relacionadas con procesos psicológicos y emocionales; podía optar por llorar, gritar o romper cosas, pero no; a cada arranque, a cada duda, por existencialista que suene, yo decidí tomar el pincel.
Comencé a crear índices de estas evidencias, presentes y constantes en mi memoria. Esto es a lo que denomine una memoria perdida, de la cual sólo queda una evidencia, el índice1, la huella, sobre el bastidor. En los objetos que habito encontré una respuesta clara a esto; los objetos nos revelan la fugacidad del tiempo y del universo. Se muestran derruidos, pero a medida que se destruyen interviene un proceso de autoconstrucción, un proceso en donde la naturaleza y el tiempo se apropian del objeto, envejecen y esto significa una aproximación a la muerte, existe una nostalgia al contemplar el paso del tiempo en las cualidades derruidas del objeto. El pensar en el pasado, es anhelar y revivir la fugacidad del tiempo. Esta es una vanidad completamente humana, en donde el deseo mítico de inmortalidad pone en evidencia nuestro miedo a morir, el miedo a sabernos viejos y contemplarnos en un tiempo ajeno al nuestro, un tiempo en donde la juventud y viveza ya no nos pertenece.
Los bastidores tomaban la forma de la memoría que aparecía oportunamente, pero no de manera permanente, es decir, cada trazo era modificado por otro trazo, en lapsos de tiempo determinados por la vida misma; siendo más claro, hablando de la obra anclada a etapas del artista, me dí cuenta que mi proceso se remitía a eso, a momentos, a memorias, pero un solo bastidor ha sido testigo de más de una etapa, en lugar de hacer 100 bastidores describiendo mis procesos hay uno solo, que muta, palpita junto con las palpitaciones de mi ser; bajo cada trazo quedan las memorias pasadas, y a la vista sólo se vislumbran pequeñas huellas de lo que antes sucedió, por lo tanto la obra vive, vive junto conmigo, cambia, avanza, descanza, sobrevive en un constante cambio, siempre en proceso.
Teniendo esto como referente, me interesé en el proceso creativo de la obra, la antesala, el estudio o investigación que detona una idea. El arte lo concibo como todo un sistema de pensamiento que abarca la pieza, productor y receptor; no como una pieza única, enalteciéndola como una cosa inalcanzable digna de admirar. El arte como un pretexto para generar todo un sistema de pensamiento que se expande y con el cual se generan discursos nuevos.
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